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domingo, 27 de abril de 2008

V

Albel estaba en el gimnasio, como todas las tardes... pero para una vez no estaba haciendo ejercicio, sino sentado en un banco tranquilamente masticando chiche y viendo pasar a la gente de Nexus a través de los vestuarios..

- Me aburro...

Ese día se había levantado con un día bastante apático. Por alguna razón, desde que salió de la cama hasta ese momento se sentía como si el peso del mundo de repente hubiera caido sobre sus hombros. Es verdad que nunca ha sido dado a los chistes ni ha tenido un sentido del humor especialmente agudo, salvo honrosas excepciones, pero aquel día estaba especialmente hundido. ¿Motivos? La verdad que ninguno, pero así era él.

Haciendo un pequeño esfuerzo, se levantó del banco donde estaba, se acercó a su taquilla y sacó su toalla azul. Tras desvestirse fue a las duchas y abrió el agua caliente a toda potencia. El ejercicio de esa jornada fue escaso, pero siempre venía bien para descargar la tensión acumulada del día. La ducha siempre le servía como excusa para perderse en sus pensamientos con el sonido de fondo del agua cayendo sobre su cuerpo.

- Hace poco que llegué a Nexus y me parece llevar toda la vida. Hemos hecho muchas cosas malas desde Requiem, pero siempre me han apoyado en todo desde el primer día que llegué...

Empezó a recordar cuando conoció a Álex: aquel día estaba como en ese momento, empapado de agua hasta el cuello. Llovía. Mucho. Llevaba no sabía cuántos días huyendo de la base de la Resistencia de Magite, su lugar de nacimiento... aunque sería más apropiado decir el lugar donde fue creado y donde sirvió de arma biológica en la guerra. Tras huir de la Resistencia, otros que sólo querían aprovechar su dominio del fuego, acabó en Nexus muerto de hambre, pasando frío y sin saber siquiera dónde estaba. Tal vez por el miedo, tal vez por la presión, o quizás por aquellos pasos que le pareció oir acabó incendiando el almacén donde se refugiaba de la lluvia aquella noche. Unas furiosas llamas negras devoraron aquel almacén a pesar de la lluvia, que no pudo contener para nada aquel incendio. Ese fuego negro que sólo Albel es capaz de crear con su mero pensamiento es lo que le convirtió en "el arma definitiva", apelativo por el que se odia a sí mismo.
Tampoco olvidó a aquella mujer que a las pocas horas le encontró buscando un nuevo refugio, una mujer imponente, de gran presencia, que le miró sin vacilar acompañada de quien parecía su guardaespaldas. El paraguas que le ofreció fueron tan imborrables como sus palabras: "me gustan tus habilidades, ¿estarías dispuesto a seguirme en con ellas y con tu alma?". Desde aquella noche, se juró que dedicaría su vida y su maldito don a ayudar a aquella mujer a cumplir lo que se propusiera.

- Siempre se han portado muy bien conmigo, es la primera vez que alguien se interesa por mi persona y no sólo por mis poderes...

Tras acabar la ducha, se dio cuenta que no llegaba a la toalla. Haciendo una mueca de fastidio, un pequeño halo morado rodeó su mano derecha, la cual extendió en dirección a la toalla. Ésta comenzó a moverse de forma torpe y flotó en el aire un par de segundos antes de caer al suelo.

- Vaya, aun no lo tengo dominado del todo.

Los escasos piroquinéticos que existen, y especialmente a su nivel, suelen tener una gran fortaleza psíquica para manejar el fuego, por lo que no es raro que tengan unas ciertas dotes telequinéticas, aunque en su caso la falta de práctica y el descubrimiento tardío de estos le ha impedido desarrollarlos en todo su potencial, aunque en sus ratos libres trabaja en ellos.
Tras secarse y volver a vestirse sintió que su móvil tenía un mensaje.

"Tenemos trabajo, ven a la oficina. Nivel B"

Álex con una tarea de nivel B después de un tiempo de inactividad, no sabía si eso eran buenas o malas noticias. Llamar para pedir información por teléfono no serviría de nada, así que se vistió rápidamente y abandonó las dependencias del gimnasio.

- Misión de clase B... Me pregunto qué será... - pensó por el camino.

El edificio con las oficinas de Requiem no estaban demasiado lejos, así que no tardó mucho en llegar. Su lugar de trabajo, un pequeño ejército que le ha dado la libertad que nunca ha tenido. Con paso firme, atravesó el umbral...

Relato originalmente escrito por Saga.

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